EE. UU. supervisa el alto el fuego en Gaza y redefine su alianza con Israel. Descubre cómo este giro reconfigura la seguridad regional.
Cómo Washington pasó de mediador a gestor activo del cese al fuego en Gaza, marcando un cambio histórico en la alianza con Israel.
Por María Quesada — Jerusalén, 27 de octubre de 2025.
Jerusalén, Israel — En apenas semanas, Estados Unidos ha transformado su papel en el conflicto entre Israel y Gaza: ya no solo mediar, sino dirigir de cerca la implementación del alto el fuego acordado con Israel. Desde la firma del pacto supervisada por Donald Trump hasta la creación de un centro de coordinación conjunta en el sur israelí, la Casa Blanca se ha encargado del “hacer que funcione”. Mientras tanto, Benjamin Netanyahu maneja comunicaciones diplomáticas y afirma que Israel sigue siendo soberano. Pero en el terreno, la narrativa ha cambiado.
En las últimas dos semanas, una sucesión de enviados de alto nivel de la administración Trump ha aterrizado en Israel: el vicepresidente J. D. Vance, el secretario de Estado Marco Rubio y otros miembros clave del gabinete. Su misión: asegurar que el acuerdo de tregua en Gaza se aplique, no quede en papel.
El edificio es claro: Washington instaló un centro de coordinación civil-militar (CMCC) en Kiryat Gat, al sur de Israel, para monitorear en tiempo real los movimientos en Gaza.
Allí, según fuentes israelíes, los funcionarios estadounidenses monitorean no solo la tregua, sino decisiones operativas que antes eran exclusivamente israelíes.
Esta supervisión ha generado tensiones. El exjefe del Estado Mayor de las FDI, Gadi Eisenkot, declaró que “este evento está siendo gestionado por una entidad externa, por los estadounidenses… y este es un asunto muy problemático”. El mensaje es claro: EE. UU. no solo impulsa el pacto, sino que lo ejecuta.
Por su parte, Netanyahu ha sido enfático: “Israel es un Estado soberano… nadie nos dicta los movimientos de seguridad”, afirmó durante un gabinete reciente.
Pero su discurso choca con la realidad diplomática: expertos israelíes advierten que el primer ministro ha cedido margen de maniobra político a Washington.
Uno de los factores clave es la fase dos del acuerdo: definir quién gobernará Gaza tras la guerra, qué roles tendrán la Autoridad Palestina, Qatar, Turquía o Egipto, y sobre todo, qué fuerzas de seguridad se desplegarán. El análisis del diario Ynet advierte que el plan de 20 puntos de Trump “está lleno de vacíos”, y que la verdadera prueba no será el alto el fuego inmediato, sino el futuro posguerra.
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El escenario interno de Israel añade presión. La coalición de Netanyahu incluye partidos de línea dura que rechazan cualquier cesión a cambio de tregua. Un enfrentamiento reciente en Rafah —donde murieron soldados israelíes y se rescindió momentáneamente la ayuda humanitaria— demostró lo volátil del acuerdo. Bajo la mirada de EE. UU., Israel debió dar marcha atrás horas después.
La intervención estadounidense también reconfigura la alianza bilateral: ya no se trata sólo de apoyo militar entre aliados; EE. UU. asume un papel de gestión operativa en un conflicto externo. “Las reglas del juego se están escribiendo mientras hablamos, pero ya está claro que Estados Unidos lleva la voz cantante”, afirmó el analista Amos Harel de Haaretz.
¿Qué significa todo esto para Israel? La sensación interna es doble. Por un lado, Washington otorga respaldo político a Netanyahu —lo que puede fortalecerlo frente a socios de derecha que exigen dureza. Por otro, la percepción de pérdida de autonomía crece. El líder opositor Yair Lapid acusó a Netanyahu de “convertirnos en un protectorado que acepta dictados sobre su seguridad”.
En el otro extremo, para EE. UU., el éxito de este esfuerzo tiene un valor altísimo. Si logra consolidar la tregua y abrir la reconstrucción en Gaza, Washington proyecta liderazgo renovado en Medio Oriente, justo cuando la región vive transformaciones aceleradas. Pero el riesgo es real: si la fase dos se demora, o si el Tercer actor (Hamas) boicotea el proceso, el alto el fuego podría colapsar antes de consolidarse.
Para la población de Gaza —más de dos millones de personas— esta supervisión extranjera implica un nuevo escenario: reconstrucción bajo control internacional, con limitaciones en autonomía, seguridad y movimiento. Los términos aún se definen, pero el mensaje es que EE. UU. participa activamente en decidir cómo será la postguerra.
Este cambio de mando simbólico —aunque no formal— marca una transformación geopolítica: Estados Unidos ya no observa desde la barrera, sino toma asiento en el tablero. Para Israel, el precio de la tregua puede implicar menos libertad para actuar. Para Gaza, la reconstrucción tendrá un patrón liderado parcialmente desde el extranjero. Y para la región, un precedente: en un conflicto clave del siglo XXI, Washington asume protagonismo directo.
Lo que nadie se atrevía a contar: EE. UU. no sólo medió el alto el fuego… lo dirige.

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